En 1977 Colo Colo atravesaba por la peor crisis deportiva de su historia. Habituado a campeonar más o menos cada 3 años, el cuadro popular ya llevaba un lustro de sequía. Y no sólo eso: desde su título de 1972, en verdad no había vuelto a estar ni cerca de la corona local.
La inesperada decadencia alba -sumada al desastre que vivían las universidades– le había abierto la puerta a una serie de cuadros medianos que configuraron en los ‘70 una década de locura, con 8 campeones distintos en apenas 11 años.
Pero el despelote en Colo Colo iba mucho más allá. La frustrada inauguración del Estadio Monumental en 1975, la descarada intervención militar, la imparable fuga de figuras, una eterna rotativa de entrenadores y la pobreza absoluta de medios marcaron años tristísimos para el club.
Y en 1977 el desplome era total. Un oscuro grupo ligado al banco BHC y la financiera Finansa llevaba las riendas de Colo Colo; con urgencia gestionaba un préstamo por 4 millones de dólares que terminaría por reventar a la institución. Renunciando formalmente a la aspiración histórica de terminar la construcción de su estadio, la dirigencia había hecho una gran apuesta al contratar como DT a Ferenc Puskas (leyenda del fútbol mundial que jamás logró acomodarse muy bien en la banca). En Chile, el húngaro dio bote: los jugadores le entendían pocazo, lo pescaban menos y la indisciplina era norma.
Cumplidas las primeras fechas, el Cacique ocupaba el 15° puesto en la tabla y había vivido un verdadero bochorno tras caer 3 a 1 contra Everton en Viña. Su capitán, Eddio Inostroza, había sido expulsado por reclamos destemplados contra el árbitro Mario Lira; según consignó en su informe, el recio volante le gritó “ladrón y sinvergüenza”. El dibujante Hervi -quien estrenó en Chile las tablas de posiciones en formato de caricatura- consignó que al Indio le estaba viniendo “la indiada”.
Es que la rabia alba era mucha. Al día siguiente de ese match, Puskas anunció que el siguiente partido lo disputaría sin capitán en cancha (amenaza que nadie entendió muy bien); la dirigencia alba, encabezada por el banquero Luis Alberto Simián, le echó bencina al fuego.
“Queremos jugar en reuniones simples. No es posible seguir manteniendo programaciones con nuestra presencia y perjudicándonos en la parte económica. Los árbitros, por parecer imparciales, nos están cargando la mano. No es posible que en un directorio donde se resuelven los problemas del fútbol profesional no esté representado Colo Colo. Somos más y aportamos más, por ejemplo, que Ovalle”, bramó el hijo del “Pulpo” Simián (legendario arquero de la U en los ‘40).
Su confuso alegato había que leerlo entre líneas: el club aspiraba a recibir algún cariño por ser el único cuadro que llevaba gente al estadio. En efecto, pese su crisis, buena parte del fútbol santiaguino giraba en torno a Colo Colo. Semanas antes, de hecho, la UC había reclamado porque el fixture del torneo nacional casi no consideraba su presencia en las rentables reuniones dobles donde compartía recaudaciones con los albos.
Tanta patudez había terminado por colmar la paciencia colocolina. En la revista Estadio, Edgardo Marín llamó a exterminar el vicio de las reuniones dobles en el Nacional, mecanismo que muchos equipos chicos usaban -y abusaban- para hacer caja. Las reuniones simples mostrarían cuánto calzaba cada club, para así proceder a eliminar a “instituciones parasitarias” subvencionadas por el resto. En suma, Marín retomaba la lucha que el fútbol profesional chileno viene dando desde 1933.
Al cabo, nada importante pasó. Las reuniones dobles -y hasta triples- fueron norma durante 15 años más, Colo Colo remontó hasta el 4° puesto al final de ese torneo, el trotamundos de Puskas se fue con viento fresco al AEK de Atenas y el “fútbol empresa” siguió devorándose a los clubes chilenos durante un buen tiempo.
Fotos: revista Estadio.