El fútbol de antaño era brutal. En la cancha regía el todo vale: los tackles deslizantes, la patada directa al hueso y los combos en el hocico a menudo no merecían siquiera una reconvención del árbitro. Para cobrar penal, era requisito un foul alevoso; los jugadores no simulaban simplemente porque nadie les hacía caso a sus quejidos.
Por eso las carreras de los futbolistas corrían permanente riesgo. No era raro, por ejemplo, que de repente volviera a las canchas un tipo que todo el mundo había olvidado: lesionado 3 o 4 años antes, por fin podía arreglárselas para aguantar el dolor y decidía probar suerte de nuevo. Usualmente estos regresos eran más bien tristes, como el caso del pobre “Chincolito” Mayo, que de supercrack se volvió un jugador normalito debido a una fractura nunca bien tratada.
Es que durante décadas, para que un jugador saliera de la cancha debía estar poco menos que agonizando. Las sustituciones, se pensaba, cambiarían el espíritu del deporte, permitiendo a los técnicos reparar sus errores sobre la marcha: eso era algo inconcebible.
¿Cuándo debutaron los cambios? Adoptada experimentalmente en Alemania en 1953 y oficializada en Inglaterra en 1967, la FIFA recién adoptó esta norma en los años 70.
Antes, quien era incapaz de seguir jugando salía de la cancha y dejaba a su equipo con uno menos; a veces, incluso, podía regresar media hora después, si luego de la aplicación de masajes y ungüentos volvía a ponerse en pie. Y por bárbaro que parezca, a veces era negocio lesionar gravemente a la figura del rival, lo que podía cambiar la suerte de un partido o un torneo completo.
Antes de los 70, eso sí, en Chile hubo pequeñísimas concesiones con esto de los cambios. A fines de los 40, se permitía reemplazar al arquero si un médico imparcial comprobaba que estuviera realmente muy lesionado (para no correr el riesgo de que un DT sustituyera a un portero en una muy mala tarde). Eso explica que en muchas contratapas de la revista Estadio de esos años apareciera el meta suplente -aparte del kinesiólogo, claro- posando junto a la oncena titular: en estricto rigor, él era el único reserva y esos 12 jugadores conformaban el plantel completo.
En 1954 se probó algo distinto. Si un portero se lesionaba -entonces se jugaba sin guantes- podía ser sustituido por un player de su equipo. Esa posibilidad existía antes: la novedad ahora era que el arquero podía cambiarse de camiseta y aprovechar que todavía tenías las piernas sanas para ocupar un puesto como jugador de campo.
El estreno de esta regla fue en un partido disputado en Playa Ancha, cuando el portero wanderino René Quitral, con una mano lastimada, jugó en la delantera el segundo tiempo contra Ferrobádminton. Bajo los tres palos se colocó el atacante José Fernández, quien atajó bastante pero no pudo evitar el empate aurinegro. Quitral, con 34 años a cuestas, no lo hizo nada de mal arriba. “El meta sorprendió como forward”, destacó Estadio.
Fotos: revista Estadio.