Una característica única del fútbol profesional chileno es su extrema dispersión geográfica. A diferencia de ligas como la uruguaya, paraguaya o incluso la argentina, nuestro sistema de torneos hace décadas dejó de concentrarse en la capital para abarcar buena parte de un país larguísimo.
En nuestras tres divisiones rentadas participan 46 equipos de 34 localidades distintas: desde metrópolis como el Gran Santiago hasta el campamento minero de El Salvador con sus 5 mil almas. Y entre todas ellas, siendos brutalmente francos, Calama es una más.
Con sus 138 mil habitantes, la capital de El Loa califica sólo como una ciudad mediana. De hecho, varias urbes chilenas más pobladas -Los Ángeles, San Antonio o Punta Arenas– nunca han tenido a un club que las represente en Primera División. Y muchas más -algunas tan importantes como Concepción, Antofagasta, Temuco o La Serena– jamás han disfrutado de un título de la máxima categoría.
¿Qué distingue a Calama del resto de nuestra provincia? En cuanto al fútbol, sin duda su “rareza” se llama Cobreloa.
Nacido en 1977, el club llegó en el momento justo para instalarse de un paraguazo como un nuevo grande. Mientras Colo Colo y las universidades hacían agua, la generosa billetera de Codelco respaldó a un equipo que se convertiría en el gran pasatiempo de una población que con urgencia necesitaba distraerse. A ello les sumaron 2.200 metros de altura, que durante 20 años fueron obstáculo insalvable para las visitas. Y aparte de todo, sus dirigentes fueron inteligentes como para contratar técnicos que con la plata dulce del cobre construyeron planteles durísimos, mientras en Santiago establecían una firme base de divisiones inferiores que hasta hoy siguen nutriendo al fútbol chileno de jugadores de selección.
No es raro, entonces, que Cobreloa haya sido tan grande: todo se confabuló para obrar el milagro de una institución que en menos de 40 años de vida luce 8 títulos nacionales en sus vitrinas (a lo largo de 96 torneos chilenos de Primera, los otros campeones provincianos suman en total apenas 11 coronas).
¿Qué explica entonces el actual desastre loíno? Teorías abundan, pero hay hechos concretos que se suelen pasar por alto.
Por un lado, el futbolista chileno se habituó a jugar en la altura y ganar en Calama dejó de ser una hazaña. Por otro, el pueblo calameño paulatinamente comenzó a cultivar otras aficiones y fue dejando a su club de lado (dramática ha sido la caída en las asistencias en las últimas décadas).
Al dejar de ser socialmente rentable, Codelco dejó de entregarle plata a destajo a un club que de pronto comenzó a verse como un cachito. Así, en el último decenio, otros equipos rentabilizaron mucho mejor los millones del CDF: O’Higgins, equipo “minero” entre comillas, es claro ejemplo de una buena administración de esos fondos. Cobreloa, en cambio, creyó que le bastaba su chapa para seguir ganando. Sin embargo, la dura realidad determinó que sus planteles fueran cada año más mediocres y que las figuras de sus divisiones inferiores -Alexis, Vargas, Aránguiz- eligieran irse bien lejos apenas podían.
Hoy Cobreloa ha perdido todas las ventajas que lo hacían distinto y sufre el peor drama de su brillante historia. Pero ojo, no se trata sólo de haber descendido por primera vez. Lo más triste, quizás, es que casi sin darse cuenta se transformó en lo que nunca fue: otro club de provincia común y silvestre, que como tantos sube, baja y vive siempre a medio morir saltando.