En marzo de 1958, Quillota era escenario de amistosos de preparación para la temporada oficial, que arrancaría el 16 de mayo. “San Luis brindó una linda campaña el año pasado y debe responder a ella”, decía Estadio.
El equipo canario se reforzaba para refrendar el campañón que meses antes lo había encumbrado como serio candidato al título. Nunca antes -ni después- estaría tan cerca de ser campeón (la memoria engaña: el legendario cuadro liderado por el “Pato” Yáñez apenas alcanzó apenas a jugar la temporada 1981 en Primera antes de descender).
Sin embargo, los sueños quillotanos del ‘58 pronto se fueron a las pailas.
Todo comenzó a fraguarse en diciembre de 1957. Agobiado en el fondo de la tabla, Ferrobádminton presentó una denuncia ante la Asociación Central de Fútbol (ACF). Alguien les había soplado que el argentino Juan José Negri -gran figura canaria durante el torneo- nunca había rubricado un contrato profesional; la firma presentada por San Luis, decían, había sido falsificada por dirigentes mientras el volante aún estaba en Buenos Aires. La ACF vio el caso, pero ya habían pasado los 60 días de plazo para presentar el reclamo. “No hay más reprimenda que la sanción moral. Así son los reglamentos”, editorializó Estadio, aludiendo a un caso similar de mala inscripción protagonizado en 1956 por Rangers, que fue saldado con una multa.
Al cabo Ferro se salvó y la denuncia se olvidó por meses; misteriosamente, recién vino a reflotar a fines de abril, cuando se destapó una norma de la Federación de Fútbol -matriz de la ACF- que extendía a un año el plazo para la prescripción de los contratos truchos. Tras dos revisiones, a mediados de mayo el Tribunal de Penas dictaminó que los dirigentes de San Luis habían falsificado un instrumento público. Y así, a casi 6 meses de la denuncia original y del final del torneo, se sancionaba al cuadro amarillo con la pérdida de 13 puntos, que lo reubicaban en el último lugar de la tabla: de un paraguazo, por primera y única vez en la historia de nuestro fútbol un equipo de Primera bajaba por secretaría.
Entonces quedó la escoba. En Quillota se acusó una “confabulación santiaguina” y la gente salió a las calles a protestar; iracundos, el alcalde, el gobernador, el intendente y dos diputados locales lograron que el Departamento de Deportes del Estado interviniera en el caso, llegando al extremo de que Carabineros clausuró estadios a lo largo de Chile para impedir el inicio del torneo oficial. La idea era darle tiempo a San Luis para que apelara: el medio -que hasta entonces solidarizó con los canarios- se sulfuró; el Estado, argumentaba la prensa, no podía intervenir en los dictámenes de una entidad privada.
“¿Por qué un club y una ciudad entera tienen que pagar las culpas de un mal dirigente? Justamente, porque los socios de ese club los eligieron y la ciudad les dio el respaldo. Es doloroso, pero justificado. El deporte tiene sus leyes y su ética. Los que dirigían al club San Luis faltaron a esas leyes y a esa ética. Aunque cueste aceptarlo, no hay otro camino más noble que el de hacerlo”, dijo Estadio, que acusó cierto “tropicalismo” en todo este enredo.
Tras muchos pataleos, San Luis acató el veredicto. Ese año disputó el Ascenso con un plantel armado para pelear el título de Primera, que se preservó casi intacto tras pactar una rebaja de sueldos (Negri, por cierto, había partido con viento fresco de vuelta a Buenos Aires). Agigantado en la desgracia, el club quillotano logró el título de Segunda con cierta comodidad. “Quillota comprendió que San Luis le pertenece, que es parte importante de su patrimonio”, remató Pancho Alsina cuando en diciembre de 1958 se consumó el ascenso.
Y a todo esto, ¿qué equipo se benefició de rebote con el estrafalario descenso de San Luis? Eso ya lo veremos.
Fotos: revista Estadio.